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La historia completa de los Códices Madrid I-II

Madrid, foco científico-técnico del Siglo de Oro

Durante el Siglo de Oro español, Madrid se posiciona como la capital del conocimiento técnico y científico. Es por ello que tuvieron lugar grandes proyectos de arquitectura e iniciativa civil. En este contexto, se crearon los códices de Leonardo da Vinci. En este post conocerá la historia completa de los Códices Madrid I-II.

Pintura del siglo XVII del Real Alcázar de Madrid.

El establecimiento de la corte en Madrid por Felipe II determinó que el Alcázar Real se convirtiese en el centro neurálgico de la monarquía. En sus dependencias se pensaron y se dirigieron ambiciosos proyectos ejecutados por matemáticos, cosmógrafos, astrónomos, ingenieros, arquitectos, médicos, botánicos, ensayadores, artistas, relojeros. Eran expertos en materias que conformaba la «ciencia y técnica imperial», herramienta para la explotación y administración de los extensos territorios de la Corona, y para mostrar, defender y ampliar su poder.

La región de Madrid, tanto la capital como Alcalá, Aranjuez o El Escorial, es decir, el extenso territorio donde se asentó la corte, se convirtió en uno de los focos científico-técnicos más activos de Europa. Contribuyeron a ello científicos y técnicos españoles, pero también napolitanos y milaneses, flamencos, portugueses, alemanes e incluso algunos ingleses y franceses. Con estos ingenieros viajaron propuestas e invenciones, libros e ideas que se compartieron más allá de las fronteras políticas.

¿Cómo pudieron aparecer los códices de Leonardo da Vinci en España?

Partiendo desde su origen, es sabido que Leonardo dejó por testamento que tras su muerte, en 1519, todos sus manuscritos fuesen heredados por su discípulo más fiel, Francesco Melzi. Éste le había seguido en todo el peregrinaje por Francia e Italia.

Retrato de Francesco Melzi, por Giovanni Antonio Boltraffio.

Francesco conservó toda su obra en su casa de Vaprio d’Adda, Milán, que pasó a manos de su hijo Orazio. Éste, al no ver ningún interés en la obra, la arrinconó en un granero.

Lelio Gavardi, preceptor de los Melzi, se apoderó de los 13 cuadernos que tenía Orazio Melzi. Se los llevó a Florencia, para ofrecérselo a los Médici con la esperanza de obtener una gran suma de dinero. Pero de forma inaudita, el consejero del Duque dijo: Nada de esto podría interesar a Vuestra Excelencia. Al no poder realizar la venta, y viendo que con ese material no haría fortuna, Gavardi le pidió a su amigo Ambrogio Mazzenta, que devolviera las obras a Orazio. Sin embargo, Orazio no cambió de parecer, y no renovó ningún interés por las obras. Así que las regaló por las molestias a Mazzenta. Escribió en sus memorias que se asombró de que me hubiera tomado tales molestias y me regaló los libros.


Retrato de Pompeo Leoni, de Sofonisba Anguissola

Pompeo Leoni destruye todo el rastro de la distribución original de Leonardo

Años más tarde, Pompeo Leoni mostró gran interés y prometió protección y favores personales a cambio de que le cediesen una gran parte de la obra. Era el escultor y arquitecto milanés al servicio de Felipe II. Consiguió 10 de los 13 cuadernos que Orazio regaló a Mazzenta, al igual que muchas de las obras que le quedaban a Orazio en propiedad. Deseoso de dar una visión atractiva a los documentos, desmembró varios cuadernos para reagrupar sus páginas en grandes volúmenes. Esta restauración modificó por completo los volúmenes, borrando todo el rastro de la distribución original de Da Vinci. Los llevó con él a España a finales del XVI. Coincidió con la estancia en Madrid de la élite de los ingenieros de la época, a los que pudo haber inspirado.

A la muerte de Leoni, pasó a Juan de Espina

Al morir Leoni en 1608, los manuscritos pasan a Juan de Espina. Se cree que era amigo de Francisco de Quevedo: “caballero que vive solo en una mansión de Madrid y sus servidores son autómatas de madera.

Gracias al testimonio de Vicente Carducho, sabemos que los códices se encontraban en su casa. Carducho lo relata así: “Prométote que tiene cosas singularísimas y dignas de ser vistas (…) Allí vi dos libros dibujados y manuscritos de mano del gran Leonardo de Vinchi, de particular curiosidad y doctrina que, a quererlos feriar, no los dexaría por ninguna cosa el Príncipe de Gales quando estuvo en esta Corte, mas siempre los estimó sólo dignos hasta que después de muerto los heredase el Rei, nuestro señor, como todo lo demás curioso y exquisito que pudo adquirir en el progrreso de su vida, que assí lo ha dichos siempre.

Juan de la Espina era un destacado cortesano. Nació en Madrid, aunque el mayorazgo familiar estaba ubicado en Ampuero, e incluía molinos y ferrerías.  Logró formar un magnífico gabinete de maravillas en su residencia madrileña. Su pinacoteca convivía con colecciones de objetos naturales, instrumentos y elementos decorativos y exóticos. En la biblioteca destacaban estos dos códices. También fue conocido por sus espectaculares fiestas, a las que en ocasiones acudía lo más granado de la corte. En ellas, ingenios, autómatas, trucos de escenografía y efectos especiales causaban asombro. Todo ello le proporcionó fama de hechicero, a lo que contribuyó la literatura de la época. Durante años, se siguieron publicando comedios sobre él, hasta que la figura histórica quedó eclipsada por el personaje.

Hasta el mismísimo Carlos I de Inglaterra se interesó por los Códices

El mismísimo Carlos I de Inglaterra, en su visita a Madrid de 1623, se interesó por los manuscritos. Sin éxito. También lo intentó a través del coleccionista inglés Thomas Howard, conde de Arundel, considerado como el padre a la afición al arte en Inglaterra. Más tarde, a través de los embajadores ingleses de Madrid. A pesar de sus dificultades con la corte y la inquisición,

Espina se negó a vender los documentos y salió del compromiso regalándoselos al Rey Felipe IV. Los demás manuscritos que se han encontrado fueron comprados por el Conde Feleazzo Arconatti y por el Conde Arundel, responsable de que la Biblioteca Británica tenga una colección de los dibujos de Da Vinci hoy en día. Los códices que fueron regalados a Felipe IV se encontraban en la Biblioteca Real. Anteriormente, el rey Felipe II logró hacerse con algunos de los libros que trajo consigo Pompeo Leoni a España y engrosaron la colección de la Biblioteca del Monasterio de El Escorial.

Biblioteca del Monasterio de El Escorial

Su llegada a la Biblioteca Nacional de España

Con respecto a nuestros misteriosos Códices I y II, llegaron a la Biblioteca Real en 1712. En el siglo XIX, debido a los cambios políticos, de gobernantes y a la desamortización, la Biblioteca Real cambia tanto de localización como de nombre, pasando a llamarse Biblioteca Nacional.

Biblioteca Nacional de España

Se registran en un índice manuscrito atribuido a Francisco Antonio González Oña en 1830. Bajo la entrada «Vinci (Lionardo da)» figuran los Tratados de fortificación, estática, mecánica y geometría, escritos al revés y en los años 1491 y 1493. Se añade la signatura Aa. 19 y 20, que contenía una errata de fatales consecuencias pues debería haberse escrito Aa. 119 y Aa. 120, por lo que los manuscritos se perdieron en la inmensidad de la biblioteca.

El error inicial se difundió cuando Bartolomé José Gallardo publicó en 1866 un índice de manuscrito en el que constan las mismas signaturas equivocadas. Gallardo copió el índice de González Oña, sin comprobar los contenidos.

A finales del siglo XIX, abren la sede de la BNE en el paseo de Recoletos. Aquí todas las peticiones de acceder a los manuscritos se basaron en el índice de Gallardo. El director, Marcelino Menéndez Pelayo, puso a todo el personal a buscarlos pero no los encontró. Concluyó que habían sido perdidos o robados.

¿Los Códices estuvieron perdidos durante más de 150 años?

En 1967, The New York Times abría su portada con el descubrimiento de Jules Piccus. Fue un experto en literatura castellana medieval en la Universidad de Massachusetts. En una investigación en la BNE descubre por casualidad unos manuscritos desconocidos: los Códices Madrid I y II.

Jules Piccus, 1970

La noticia corrió como la pólvora llegando a los máximos expertos sobre da Vinci. Piccus convocó una rueda de prensa en un hotel en Boston en 1967. Invitó a Ladislao Reti, uno de los máximos expertos en Leonardo de la época confirmó la autenticidad de los mismos. Piccus comunicó el acuerdo entre la Universidad de Massachusetts y la BNE, para editar el contenido de esos manuscritos. Esto generó un gran revuelo y se exigieron responsabilidades y razones de por qué habían estado desaparecidos durante 150 años.

Miguel Bordonau, el entonces director de la Biblioteca Nacional de España, dio una rueda de prensa, intentando salir airoso. En una de sus declaraciones afirmó que no se trataba estrictamente de un descubrimiento, sino de un hallazgo afortunado. Mostró el índice de Gallardo y acusó a los norteamericanos de sensacionalismo poco corriente en el mundo de los investigadores. Según el director, ya se sabía la existencia de los manuscritos, solo que estaban traspapelados.

Los Códices Madrid I-II formaron parte de la Fiesta del Libro de 1965

Existe otra versión en la que un leonardista francés, André Corbeau, insistió para encontrar los códices. Así, el jefe de la Sección de Manuscritos, Ramón Paz Remolar, los localizó en los depósitos a finales de 1964. La prueba de esto era que formó parte de una pequeña exposición en la BNE con motivo de la Fiesta del Libro en abril de 1965, dos años antes del anuncio de Piccus. En efecto, en un folleto de seis páginas consta que se expusieron los códices. Pero sin la mínima mención al autor ni a la recuperación de unos originales tan buscados. Al tanto estaban solo Corbeau, Remolar y el subdirector de la Biblioteca Nacional, el sacerdote José López de Toro, que establecieron un pacto de silencio para anunciarlo en alguna revista especializada.

Piccus los vio en algún traslado para la exposición y pudo comprobar que figuraba la autoría de Leonardo. Lo que comunicó inmediatamente a López de Toro, que comenzó entonces a jugar a dos barajas. A comienzos de febrero de 1967, convocó en BNE a Ladislao Reti, y se lo presentó a Piccus. Consiguieron las copias microfilmadas y el permiso de la Biblioteca para su edición en Estados Unidos, pero además incluyeron al padre López de Toro en el proyecto con un sueldo mensual de 500 dólares.

La edición internacional de los Códices Madrid I-II

La presión de las autoridades españolas logró que Reti se retirara del proyecto. Así, se puso en marcha una nueva edición internacional, con participación de España, publicada en 1974.

En 2003, los comisarios de una exposición de Leonardo se proponen rehabilitar la figura de Jules Piccus. Invitaron a su viuda, Nancy Piccus a la inauguración, pero tan solo mencionaron el hallazgo. Según la viuda, solo protegió a López de Toro: «se los habían servido por error y, en realidad, los vio en los depósitos; incluso le prohibieron la entrada (…) Jamás se recuperó de aquello y nunca superó la traición de Reti».

Reti falleció en 1973 y no llegó a ver impresa la edición internacional. Paz Remolar siguió al frente de la Sección de Manuscritos, pero no partició en el proyecto. Bordonau fue sustituido de la dirección. López de Toro pidió su ingreso en una cartuja, aunque no llegó a hacerlo por motivos de salud y se jubiló

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